Contemplando al astro majestuoso del dÃa,[2] yace el
mirasol en los bañados.
Echado en el suelo, como un haragán enemigo del
trabajo, yace el _dormilón_.
Y asà yace ella, dichosamente sumergida
en recuerdos perennes de la constancia y de la
belleza de Annie, anegada en un beso a las trenzas
de Annie.
Las torres y las sombras se confunden
de tal modo que todo parece suspendido
en el aire, mientras que desde una torre
orgullosa, la Muerte como un espectro gigante,
contempla la ciudad que yace a sus pies.
Al fin, después de tantos dÃas de fatigante
peregrinaje y de ardiente sed,--sed de corrientes
de la ciencia que yace en ti,--yo, hombre
transformado, me arrodillo humildemente entre
tus sombras y bebo del fondo mismo de mi
alma tu grandeza, tu tristeza y tu gloria.
Tendido en el
suelo, boca arriba, yacÃa un hombre muerto.
Cuando el cercano dÃa comenzó á blanquear las altas copas de los
enebros, humeaban aún los calcinados escombros de las desplomadas
torres, y á través de sus anchas brechas, chispeando al herirla la luz
y colgada de uno de los negros pilares de la sala del festÃn, era
fácil divisar la armadura del temido jefe, cuyo cadáver, cubierto de
sangre y polvo, yacÃa entre los desgarrados tapices y las calientes
cenizas, confundido con los de sus obscuros compañeros.
3 En éstos yacÃa multitud de enfermos, ciegos, cojos, secos, que estaban
esperando el movimiento del agua.
Tendido en el
suelo, boca arriba, yacÃa un hombre muerto.
Cuando el cercano dÃa comenzó á blanquear las altas copas de los
enebros, humeaban aún los calcinados escombros de las desplomadas
torres, y á través de sus anchas brechas, chispeando al herirla la luz
y colgada de uno de los negros pilares de la sala del festÃn, era
fácil divisar la armadura del temido jefe, cuyo cadáver, cubierto de
sangre y polvo, yacÃa entre los desgarrados tapices y las calientes
cenizas, confundido con los de sus obscuros compañeros.
3 En éstos yacÃa multitud de enfermos, ciegos, cojos, secos, que estaban
esperando el movimiento del agua.
Contemplando al astro majestuoso del dÃa,[2] yace el
mirasol en los bañados.
Echado en el suelo, como un haragán enemigo del
trabajo, yace el _dormilón_.
Y asà yace ella, dichosamente sumergida
en recuerdos perennes de la constancia y de la
belleza de Annie, anegada en un beso a las trenzas
de Annie.
Las torres y las sombras se confunden
de tal modo que todo parece suspendido
en el aire, mientras que desde una torre
orgullosa, la Muerte como un espectro gigante,
contempla la ciudad que yace a sus pies.
Al fin, después de tantos dÃas de fatigante
peregrinaje y de ardiente sed,--sed de corrientes
de la ciencia que yace en ti,--yo, hombre
transformado, me arrodillo humildemente entre
tus sombras y bebo del fondo mismo de mi
alma tu grandeza, tu tristeza y tu gloria.