II
Las llamas rojas y azules se enroscaban chisporroteando á lo largo del
grueso tronco de encina que ardÃa en el ancho hogar; nuestras sombras,
que se proyectaban temblando sobre los ennegrecidos muros, se
empequeñecÃan ó tomaban formas gigantescas, según la hoguera despedÃa
resplandores más ó menos brillantes; el vaso de saúco, ora vacÃo, ora
lleno y no de agua, como cangilón de noria, habia dado tres veces la
vuelta en derredor del cÃrculo que formábamos junto al fuego, y todos
esperaban con impaciencia la historia de _La cruz del diablo_, que á
guisa de postres de la frugal cena que acabábamos de consumir, se nos
habÃa prometido, cuando nuestro guÃa tosió por dos veces, se echó al
coleto un último trago de vino, limpióse con el revés de la mano la
boca, y comenzó de este modo:
--Hace mucho tiempo, mucho tiempo, yo no sé cuánto, pero los moros
ocupaban aún la mayor parte de España, se llamaban condes[1] nuestros
reyes, y las villas y aldeas pertenecÃan en feudo á ciertos señores,
que á su vez prestaban homenaje á otros más poderosos, cuando acaeció
lo que voy á referir á ustedes.[2]
[Footnote 1: condes = 'counts,' 'earls.' The word conde comes from
the Latin _comes, comitem_, 'companion,' and during the Roman empire
in Spain was a title of honor granted to certain officers who had
jurisdiction over war and peace.