En aquellos
primeros dÃas de las tertulias unos cuantos religiosos ponÃan en las
nubes un libro viejo; pero hoy se echa por los suelos[4] la honra de
hombres y mujeres.
Este fuerte castillo,--por el que ha pasado el tiempo destrozador sin
dejar más huella que la que dejarÃa la pisada de un pájaro,--transpone á
uno con tal fuerza de ilusión á lo pasado, que se extraña no ver
tremolarse en sus torres el pendón de la media luna, y se echa de menos
detrás de cada almena un blanco turbante....
Mil y mil leguas de
ferrocarriles se entretejerán de punta a punta de la isla; las ruedas de
los barcos de vapor surcarán dÃa y noche las aguas espumosas del mar,
muchos rÃos se canalizarán; los terrenos pantanosos se desecarán y sobre
ellos crecerán lozanas plantas; no habrá espacio que no esté sembrado de
caña, de café o de tabaco; la población se decuplará; al lado de cada
puerto se levantará una ciudad elegantemente delineada y construida; se
abrirán, donde ahora hay caminos intransitables, largas y bellas
calzadas; se echarán sobre los rÃos muchedumbre de soberbios puentes; se
introducirán todos los dÃas máquinas e instrumentos para sacar de la
tierra los frutos que atesora; se mejorarán las razas de todos los
animales útiles; las siembras mismas se harán con aquel orden y aquella
simetrÃa que son un indicio claro de los adelantos de los pueblos; las
groseras chozas de nuestros labradores se convertirán en graciosas
habitaciones rodeadas de árboles y de flores; todos los artÃculos se
abaratarán y se pondrán al alcance aun de las clases más pobres.
El bandido se echó á reir.
Y el pobre viejo se echó á llorar amarguÃsimamente.
El gitano se echó á reir, y respondió:
--¡Es claro!
à la mañana siguiente despertó y se echó por el mundo....
Le
dije que sÃ,{22-2} porque me dió lástima un dÃa que se echó á llorar.
Por último probó la cama pequeña y como era muy
cómoda y le gustó, se echó en ella y se durmió.
Después del
minucioso recuento y de reconocer una por una todas las piezas, se echó
de menos algo.
Y de un salto todos estuvieron encima del capataz que se echó atras y
levantó el brazo en que tenia envuelto su poncho.
Al proferir estas palabras se le habÃa ido anudando la voz en la
garganta,{28-1} hasta que se echó á llorar perdidamente.
El mastÃn dió una
carrera, se paró á unos doce pasos de la cabeza del caballo, y se echó
atravesado en medio de la angosta vereda, ladrando siempre.
Luego se incorporó con rápido movimiento, sin esfuerzo
alguno, y mirando al techo, se echó á reir; pero su risa, sensible á la
vista, no podÃa oÃrse.
Justamente, al cruzar tercera ó cuarta vez{14-1} por delante del balcón,
apareció en él la gentil chiquita, que al verme hizo un movimiento de
sorpresa, acompañado de una mueca encantadora, se echó á reÃr y se
ocultó de nuevo.
V.--EL IDEAL AMERICANO
1.--AMBAS AMÉRICAS
Cuando se echó sobre el torrentoso y ancho Niágara el puente colgante[1]
que es hoy asombro de los ingenieros, la gran dificultad estaba sólo en
pasar una maroma de la una a la otra orilla.
Interminables y de mal gusto fueron los cumplimientos con que para dar y
recibir cada plato nos aburrimos unos á otros.--SÃrvase usted.--Hágame
usted el favor.--De ninguna manera.--No lo recibiré.--Páselo usted á la
señora.--Está bien ahÃ.--Perdone usted.--Gracias.--Sin etiqueta,
señores, exclamó Braulio, y se echó el primero con su propia cuchara.
II
Las llamas rojas y azules se enroscaban chisporroteando á lo largo del
grueso tronco de encina que ardÃa en el ancho hogar; nuestras sombras,
que se proyectaban temblando sobre los ennegrecidos muros, se
empequeñecÃan ó tomaban formas gigantescas, según la hoguera despedÃa
resplandores más ó menos brillantes; el vaso de saúco, ora vacÃo, ora
lleno y no de agua, como cangilón de noria, habia dado tres veces la
vuelta en derredor del cÃrculo que formábamos junto al fuego, y todos
esperaban con impaciencia la historia de _La cruz del diablo_, que á
guisa de postres de la frugal cena que acabábamos de consumir, se nos
habÃa prometido, cuando nuestro guÃa tosió por dos veces, se echó al
coleto un último trago de vino, limpióse con el revés de la mano la
boca, y comenzó de este modo:
--Hace mucho tiempo, mucho tiempo, yo no sé cuánto, pero los moros
ocupaban aún la mayor parte de España, se llamaban condes[1] nuestros
reyes, y las villas y aldeas pertenecÃan en feudo á ciertos señores,
que á su vez prestaban homenaje á otros más poderosos, cuando acaeció
lo que voy á referir á ustedes.[2]
[Footnote 1: condes = 'counts,' 'earls.' The word conde comes from
the Latin _comes, comitem_, 'companion,' and during the Roman empire
in Spain was a title of honor granted to certain officers who had
jurisdiction over war and peace.
_Manuel_ se echó la carabina á la cara y apuntó al gitano...
_Parrón_ se echó la escopeta á la cara y descargó los dos tiros contra
el segador, que cayó redondo al suelo.