Su
historia nos demuestra que esos paÃses no han cesado de hacer progresos
desde sus primeros establecimientos fundados por los europeos.
Si le entusiasma alguna aventura heroica que le cuentan,
demuestra su admiración por el héroe con esta exclamación: «¡Ah
criollo!» Si él narra algún lance en que un ginete bien montado[12]
evitó un sablazo o una lanzada, ladeando el caballo, dice que «soslayó
el pingo».[13] No dice «tome usted», sino «velay»; al mate le llama «el
verde»,[14] a los tragos de caña o de ginebra «gorgoritos,» al
telégrafo eléctrico «el chismoso»,[15] al ferrocarril en señal de
admiración, «el bárbaro».[16]
Pero donde agota todo el repertorio de sus dichos, es en la enumeración
de las cualidades de un caballo que estima, y asà dice: «es aseadito
para andar»,[17] «es el peón de la casa»,[18] «es mi crédito», «es
seguidor en el camino», «es liberal por donde lo busquen»,[19] «a donde
quiera endereza»,[20] etc.
Que en nuestra vida americana sobran asuntos de positivo interés, lo han
demostrado de antiguo, no sólo esas novelas o poemas románticos, hoy
célebres, que se llaman «MarÃa» y «Amalia,» y que se deben a la pluma de
dos poetas hondos y sinceros: Jorge Isaacs y José Mármol; lo demuestra
también, por otro concepto, ese modelo de sátira polÃtico-social que se
llama Blas Gil,[1] que sin desdeñar el sabor clásico del estilo, nos
dejó como reflejo de la vida colombiana el literato-presidente José
Manuel MarroquÃn.[2] En nuestros dÃas, es muy variado y extenso el
panorama de la novela en América, donde si bien es verdad que algunos
escritores como Enrique RodrÃguez Larreta, el discutido autor de «La
gloria de don Ramiro»,[3] eligen o prefieren temas exóticos, la mayorÃa
de los que al género novelesco se dedican ha sabido encontrar en el
marco de las costumbres nacionales asuntos múltiples que esperaban ser
explotados.
XI.--LA CAZA Y SUS PRODUCTOS
_Uses of the =Preterite Indicative= and =Imperfect=_
--El interés que mis hermanos[1] y yo demostramos por la caza nos viene
quizá por herencia,[2] pues nuestro padre pasó una gran parte de su vida
en Sud América, cazando animales salvajes que desolló más de una vez con
sus propias manos.[3] Nos decÃa que las selvas allà son muy espesas y
que la lucha entre las especies animales hace su caza difÃcil.
Los experimentos hechos en Honduras
demuestran que el tabaco sembrado en tierras que han sido cultivadas con
otras plantas da cosechas muy buenas.
Sus palabras mismas demuestran que el punto de vista en
que ustedes se colocan y que los lleva a buscar semejanzas en toda la
América latina, también los inhabilita fatalmente para hacerse
reflexiones como las que acaba Ud.
[Illustration]
Al primer paso que dió el marqués entonaron éstos una fanfarria que
demostraba claramente que no habÃa desmejorado su arte.
[Illustration]
Al primer paso que dió el marqués entonaron éstos una fanfarria que
demostraba claramente que no habÃa desmejorado su arte.
Ya el cortesano combate de ingenio y galanura comenzaba á hacerse de
cada vez más crudo; las frases eran aún corteses en la forma, pero
breves, secas, y al pronunciarlas, si bien las acompañaba una ligera
dilatación de los labios, semejante á una sonrisa, los ligeros
relámpagos de los ojos imposibles de ocultar, demostraban que la
cólera hervÃa comprimida en el seno de ambos rivales.
XI.--LA CAZA Y SUS PRODUCTOS
_Uses of the =Preterite Indicative= and =Imperfect=_
--El interés que mis hermanos[1] y yo demostramos por la caza nos viene
quizá por herencia,[2] pues nuestro padre pasó una gran parte de su vida
en Sud América, cazando animales salvajes que desolló más de una vez con
sus propias manos.[3] Nos decÃa que las selvas allà son muy espesas y
que la lucha entre las especies animales hace su caza difÃcil.
En su
cúspide truncada hay, con frecuencia, una columna de humo, y sucede de
cuando en cuando que, durante la noche, arroja por su cráter, a manera
de bomba, y de un modo intermitente, algunas substancias inflamadas;
gracias a este respiradero que se ha formado, y que desembaraza sus
entrañas de los productos de una combustión permanente, los pueblos del
Ecuador no experimentan frecuentes temblores ni violentos terremotos,
porque este nevado apacible, como hemos dicho, quieto, calmado e
inofensivo en la apariencia, contiene en su seno el germen de la
devastación, de la ruina y la desolación de los lugares circunvecinos,
como lo ha demostrado en sus diversas erupciones.
Los experimentos[8] han demostrado que en el
mismÃsimo[9] suelo, donde tan deficiente es por ahora la cosecha, pueden
obtenerse resultados excepcionalmente satisfactorios.
Su
historia nos demuestra que esos paÃses no han cesado de hacer progresos
desde sus primeros establecimientos fundados por los europeos.
Si le entusiasma alguna aventura heroica que le cuentan,
demuestra su admiración por el héroe con esta exclamación: «¡Ah
criollo!» Si él narra algún lance en que un ginete bien montado[12]
evitó un sablazo o una lanzada, ladeando el caballo, dice que «soslayó
el pingo».[13] No dice «tome usted», sino «velay»; al mate le llama «el
verde»,[14] a los tragos de caña o de ginebra «gorgoritos,» al
telégrafo eléctrico «el chismoso»,[15] al ferrocarril en señal de
admiración, «el bárbaro».[16]
Pero donde agota todo el repertorio de sus dichos, es en la enumeración
de las cualidades de un caballo que estima, y asà dice: «es aseadito
para andar»,[17] «es el peón de la casa»,[18] «es mi crédito», «es
seguidor en el camino», «es liberal por donde lo busquen»,[19] «a donde
quiera endereza»,[20] etc.
Que en nuestra vida americana sobran asuntos de positivo interés, lo han
demostrado de antiguo, no sólo esas novelas o poemas románticos, hoy
célebres, que se llaman «MarÃa» y «Amalia,» y que se deben a la pluma de
dos poetas hondos y sinceros: Jorge Isaacs y José Mármol; lo demuestra
también, por otro concepto, ese modelo de sátira polÃtico-social que se
llama Blas Gil,[1] que sin desdeñar el sabor clásico del estilo, nos
dejó como reflejo de la vida colombiana el literato-presidente José
Manuel MarroquÃn.[2] En nuestros dÃas, es muy variado y extenso el
panorama de la novela en América, donde si bien es verdad que algunos
escritores como Enrique RodrÃguez Larreta, el discutido autor de «La
gloria de don Ramiro»,[3] eligen o prefieren temas exóticos, la mayorÃa
de los que al género novelesco se dedican ha sabido encontrar en el
marco de las costumbres nacionales asuntos múltiples que esperaban ser
explotados.